El historiador publica "El siglo de la revolución", una visión global desde la primera guerra mundial hasta la victoria de Trump
POR ERNEST ALÓS
DOMINGO, 12 DE FEBRERO DEL 2017
Josep Fontana, en su casa del barrio de Poble-sec. |
El maestro Josep Fontana (Barcelona, 1931) vuelve a publicar un libro de referencia en que reivindica, una vez más, el papel de la historia como “genealogía del presente” y la función del historiador como la de alguien que “debe explicar cómo hemos llegado a donde estamos ahora y animar a la gente a pensar por su cuenta, no a hacer profecías”. En "El siglo de la revolución" (Crítica) Fontana aborda la historia del mundo desde 1914 hasta la misma victoria de Trump, tras cuatro décadas ya de “un proceso acelerado de desigualdad sin que haya fuerzas con capacidad de frenarlo”. Puestos a buscar algo positivo, la poca fe que le queda a Fontana no está “en las élites dirigentes que adoctrinan a los de abajo por su bien sino en que las bases sociales que reclaman sus derechos algún día tengan capacidad de organizarse”. Sin profecías ni demasiado optimismo. “Lo digo como mínimo para acabar con un tono de esperanza un análisis de la situación del presente que no da para muchas esperanzas”, dice, tras una larga conversación en su piso del Poble-sec.
Fontana ya emprendió una visión global del siglo XX en "Por el bien del imperio" (2011), una historia de 1945 a la crisis del 2008.¿Qué diferencia ambos libros, aparte de la ampliación del arco temporal? “Soy mucho más consciente en la necesidad de poner el acento en una línea global. Allí acababa en una crisis y cuando estamos delante de una tienes la conciencia de que de ella se puede salir hacia una recuperación de la normalidad anterior. Han pasado años y el discurso actual ya no es el de la recuperación sino el del estancamiento, de que aquellas condiciones sociales no regresarán; la nueva normalidad que dicen todos”.
Este año se conmemorará el centenario de la revolución rusa, que según el título del libro de Fontana marca todo el siglo XX. Su trabajo empieza con la primera guerra mundial como prólogo de ella. “Ojo, es el prologo de la revolución soviética, que es la única que triunfa, pero deja un contexto parecido en la mayoría de países; en Alemania está a punto de producirse. La guerra genera esta respuesta. A mí la revolución me interesa más como causa de los miedos que generaron toda una política contraria. Lo que se dice en este libro se podría resumir en lo que Warren Buffet, que es uno de los tres o cuatro hombres más ricos del mundo y nada sospechoso de izquierdismo, dijo hace tres o cuatro años, que la guerra de clases existe y la ha ganado su clase, que es la de los ricos. A mí me interesa ver cómo al revolución genera dos cosas, una que ya era anterior porque la habían puesto en marcha los alemanes a finales del XIX y principios del XX, que es el reformismo del miedo, apaciguar las cosas para que no se extienda una revolución, y el ahogo de las posibilidades de cambio, como la Segunda República española, víctima del miedo al comunismo”.
Es el efecto positivo de ese miedo, sostiene Fontana, lo que “produce esa etapa del Estado del bienestar después de la segunda guerra mundial”. Hasta que “el fantasma de la URSS como un conquistador mundial se desvanece, pero también se desvanece el miedo a los movimientos comunistas, porque lo primero ni unos ni otros se lo creían, ni se lo propusieron, ni tenían capacidad de hacerlo”. Así que para el historiador es casi más relevante el 1968 como fecha de inflexión, cuando con la actitud del PC en Francia y la del bloque soviético en Praga “está claro que los movimientos comunistas no tienen ni el proyecto ni la capacidad de subvertir la sociedad”, que la caída del muro en 1989.
No por casualidad, el curso de la historia en que estamos ahora no empieza solo con Thatcher y Reagan sino incluso antes, en 1973, cuando con Carter llega, para el historiador, “el punto clave de ruptura”, cuando “un presidente y unas cámaras democrátas no renuevan la legislación sindical de la última etapa de Roosevelt atendiendo a las presiones de los empresarios”.
En ese camino hacia la desigualdad, uno de los elementos clave ha sido la conquista del estado por parte de la empresa. “Se ha ido consiguiendo gradualmente, con la financiación electoral, con las puertas giratorias... El ejemplo de Trump es evidente, es Wall Street el que está en el Gobierno, Goldman Sachs es más importante que el partido republicano. Logran políticas laborales favorables y evadir el pago de impuestos, que a su vez perjudica la posibilidad de los gobiernos de hacer políticas sociales, y esto no hay nadie que lo detenga. Ni los gobiernos tienen ya capacidad para obligar a pagar a las empresas. Tiene más posibilidades de imponer políticas contra el carbón a favor del cambio climático el Gobierno chino que Obama, que no podía, o Trump, que no quiere”.
Una parte del libro de Fontana es potencialmente polémica. Aquella donde sostiene que el nacionalismo ruso de Putin es consecuencia al acoso de Occidente (“es un tema que está muy envenenado. En estas fantasías de que Trump es un muñeco de los rusos, ha habido mucho disparate. Hay muchas cosas que se pueden decir de Putin que no son positivas, pero no se puede negar que tiene el apoyo mayoritario de su población, en buena parte gracias al asedio desde Occidente”) o donde considera a Hillary Clinton y Trump “igualmente despreciables”. “Clinton tiene una historia suficientemente negra como para decirlo. Había una cosa muy peligrosa en Clinton. Entre las cosas positivas de Obama, aunque sea difícil decirles positivas, es que siempre acabó frenando la tentación de meterse en una actividad militar directa en Oriente Próximo; en cambio Clinton estaba asociada en buena medida a quienes querían ir a Siria para liquidar la situación violentamente.Trump no se sabe cómo acabará, porque es completamente imprevisible, pero no tenía detrás los intereses de la comunidad de inteligencia y del Pentágono, muy ligados a la única industria armamentística”.
Hablando de Trump. Y del Brexit, que le salió a Cameron por la culata (“las cosas salen a menudo de una forma distinta de cómo lo planean los partidos. En la manifestación del 2012, cuando hay gente que empieza a gritar 'independencia', los partidos se encuentran totalmente sorprendidos, no son ellos los que lo han organizado eso”). Detrás están unas fuerzas, las de la gente que “quiere que se oiga su voz”, a las que, dice Fontana, “ahora le llaman alegremente populismo pero es la erosión de un sistema en la que las élites gobiernan con el consentimiento de los de abajo, y que según escribió Blair produciría exabruptos a izquierda y derecha, en los que unos demonizarían al inmigrante y los otros al banquero, aunque solo las fuerzas de extrema derecha han tenido capacidad para utilizar este malestar”.
“Esta erosión del sistema en otras circunstancias quizá hubiese podido conducir a una alternativa de izquierdas, pero es que no hay una alternativa de izquierdas que tenga suficiente fuerza y capacidad”, añade. ¿Y movimientos como Podemos? “Descubrieron que había un malestar joven y urbano con cierta capacidad de organizarse, con fuerzas que nacen de la propia sociedad, y decidió apoyarse en ellas. Ese es el secreto del éxito de Ada Colau en Barcelona. Teóricamente Podemos ha querido aprovechar todo esto pero no tiene capacidad para controlarlo, donde este movimiento tiene fuerza, en Galicia, Valencia, Catalunya, se les escapa. Y la capacidad de hacerlo funcionar desde un discurso central de partido en nula”, responde.
Hay otra cosa que le preocupa aún más. “Lo que me hace reflexionar más es la situación del país en el que estamos, el inmovilismo que tiene la garantía del voto del miedo de todos los que piensan que cualquier cambio les puede hacer perder votos y subsidios. Es una garantía de continuidad. El PP, mientras sea capaz de garantizar que al mes siguiente pagará la pensión, hará que una enorme parte de sus votantes tengan miedo de votar a otros que puedan trastocar las cosas. Aquí no hay riesgo de populismo”.
Fontana centra su libro en la desigualdad en el mundo desarrollado, aunque no deja de lado la desigualdad global. “Hay gente como Sala i Martín que dicen que la desigualdad en los países desarrollados se compensa porque hay una disminución de la desigualdad a escala mundial. Es una ficción peligrosa. No está nada claro. Si la hay, ¿por qué toda esta gente famélica de África se lanza al mar cuando el discurso oficial es que África está creciendo? ¿Quién está creciendo? El crecimiento de China y el de India, que no está tan claro que reduzca la pobreza, distorsionan la imagen global: América Latina, África, el mundo de Afganistán a Marruecos que está en plena revuelta”. Esta desigualdad está detrás de una de las tendencias que marcan el mundo de ahora mismo: la “gran migración”, una “huida que no solo se puede atribuir a los efectos de la guerra, sino al desmantelamiento de toda la economía agraria de subsistencia”, además de al cambio climático.
FUENTE: El Periódico
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