terça-feira, 25 de dezembro de 2018

Prólogo a ANTIPOLÍTICAS

Por Atilio B. Boron

Comparto este breve prólogo que escribiera para este interesantísimo libro sobre la “antipolítica”, el posibilismo, el realismo en la política de izquierda y el papel (y los límites) del autonomismo en América Latina. O sea, un libro para despertar polémicas y combatir el sopor vacacional.



P r ó l o g o

         Es para mí motivo de honda satisfacción el haber sido invitado para escribir unas pocas líneas a modo de prólogo de un texto como éste, que aborda algunos de los principales desafíos que atribulan a la izquierda latinoamericana -y en cierta medida también la europea- en el momento actual.[1] En efecto, enfrentamos una feroz arremetida del imperio que procura desandar en Latinoamérica el camino iniciado, en su fase más reciente, con el triunfo de Hugo Chávez Frías en las elecciones presidenciales venezolanas de 1998. El objetivo de máxima, sin embargo, va más lejos: arrasar también con todo el acumulado histórico, con el aprendizaje de los pueblos y las enseñanzas de las luchas populares desatadas en todo el continente a partir del triunfo de la Revolución Cubana acaecido casi cuarenta años antes. El ataque del imperialismo, orquestado conjuntamente con los secuaces locales que medran por toda la región, obtuvo algunos éxitos pero también sufrió algunas derrotas. Entre los primeros, una evidente ralentización de la dinámica transformadora que supieron tener las experiencias progresistas sobre todo en Venezuela, Bolivia y Ecuador, potenciada sin duda por al boom en los precios de las commoditieslatinoamericanas. En el caso del Ecuador la desaceleración se convirtió de súbito en retroceso cuando el sucesor de Rafael Correa, Lenín Moreno, consumó una infame traición vendiendo la Revolución Ciudadana y sus conquistas al mejor postor y sin ningún tipo de escrúpulos. En Venezuela, el ataque del imperio en sórdida complicidad con sucesivos gobiernos colombianos ha traspasado también todo límite moral. Violentas insurrecciones, asesinatos a mansalva, destrucción de propiedades públicas y privadas, incendio de personas por el sólo delito de “portación de cara” chavista son algunos de los jalones de esta brutal contraofensiva que se combinan con una implacable guerra económica destinada a instigar, como consecuencia de las privaciones que ocasionan, el desencanto y la furia de las masas populares contra el gobierno abriendo el camino para que la burguesía imperial norteamericana se apodere, de una vez y para siempre, del petróleo y las riquezas mineras de Venezuela. Sin embargo, pese a ello, el gobierno bolivariano se ha mantenido firme en el poder rechazando a pie firme todos esos embates. En Bolivia la campaña de desprestigio y demonización de Evo Morales no ha hecho sino aumentar con el paso del tiempo y nada autoriza a pensar que la situación podría revertirse en vísperas de las cruciales elecciones presidenciales del 2019. Mientras, Cuba resiste una renovada agresión norteamericana lanzada por Donald Trump que puso fin a la relativa normalización de relaciones inaugurada por Barack Obama en 2015.

Los gobiernos que constituían la versión más moderada de este ciclo progresista y de izquierda: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay no escaparon a las iras del imperio. Las heridas causadas por la derrota del ALCA en Mar del Plata en el 2005 aún no cicatrizan, y los gobiernos progresistas de Argentina y Brasil desempeñaron, según la Casa Blanca, un papel decisivo para la victoria estratégica concebida por Fidel y Chávez. Y eso el imperio no lo olvida ni mucho menos perdona, como lo prueban la destitución de Dilma Rousseff, la cárcel de Luis Inacio “Lula” da Silva y el acoso de Cristina Fernández. En Paraguay Fernando Lugo fue destituido en una escandalosa farsa legislativa y judicial –un juicio político “express”- que se consumó en menos de veinticuatro horas. En Brasil el proceso fue más largo, pero terminó con la ilegal, anticonstitucional e ilegítima remoción del gobierno de Dilma. En ambos casos, la embajada de Estados Unidos estaba bajo el mando de un mismo personaje: Liliana Ayalde, lo que no deja de ser  una curiosa coincidencia, máxime si se toma nota de que en la actualidad dicha funcionaria es nada menos que la jefa civil del Comando Sur. Los casos de Paraguay y Brasil muestran la eficacia del “lawfare” administrado tras bambalinas por “la embajada” (como lo prueban ad nauseam las filtraciones publicada por el Wikileaks) e inaugurado algunos años antes, en el 2009, en Honduras, y que tuviera como resultado el derrocamiento del presidente José Manuel “Mel” Zelaya. En la Argentina la inesperada victoria de Mauricio Macri allanó el camino para la recolonización norteamericana del país y la profundización de su dependencia. Todo, por supuesto, con la bendición de la Casa Blanca que ha apoyado sin retaceos el co-gobierno entre el FMI y Cambiemos, con las nefastas consecuencias de sobras conocidas. Sólo Uruguay permanece fiel al impulso inicial, si bien apelando a una cautelosa moderación en casi todas sus políticas.
Pero, como decíamos más arriba, no todo fue retroceso y derrota. Los designios del imperialismo tropezaron con escollos inesperados: trataron durante sesenta años de derrocar a la Revolución Cubana y no pudieron. Creían que Venezuela volvería a ser una colonia yankee y el chavismo resiste y resiste. Confiaban en que se habían anexado México luego de 36 años ininterrumpidos de co-gobierno entre el FMI, el PRI y el PAN y en las recientes elecciones presidenciales triunfó quien no debía triunfar, el hombre al cual le habían arrojado infinidad de dardos envenenados               –populista y “castro-chavista” lo vituperaba la pandilla de embaucadores profesionales dirigida por Mario Vargas Llosa desde el “house organ” de la derecha en España-  que se reproducían en infinidad de medios de comunicación latinoamericanos.  Sus monigotes en Brasil no tienen condiciones de competir con Lula, y en el Perú su lacayo Pedro Pablo Kuczynski tuvo que renunciar acusado de corrupción. Y en Colombia la izquierda entró por primera vez en su historia a la segunda vuelta de la elección presidencial y obtuvo casi ocho millones y medio de votos, cuando apenas cuatro años atrás alcanzaba a duras penas el millón y medio. Derrotas, sí, pero también algunos triunfos resonantes.

         En este delicado contexto regional no podría ser más urgente  plantearse el tema que Romano y Díaz Parra encaran en su escrito: ¿Qué hacer? se preguntan, retomando la clásica interrogante de V. I. Lenin. Al igual que éste lo hiciera en su libro, la indagación de nuestros autores transita por dos vías: una, por la cuestión ideológica; otra, por la crucial problemática de la organización. En línea con lo que tantas veces observara el revolucionario ruso la única arma de que disponen las masas plebeyas es su organización. Pero vivimos en una época en donde la ideología dominante predica, para los dominados (no así para los opresores) las virtudes de la antipolítica, lo novedoso, la no-organización y del impulso espontáneo de los sujetos políticos, modo subrepticio de rendir culto a un componente central del neoliberalismo: el individualismo, el “sálvese quien pueda” y al margen de cualquier estrategia de acción colectiva. En un pasaje de su libro nuestros autores observan con justeza que “el partido político acaba asimilado a una coalición electoral y el sindicato a una asociación profesional … (al paso que) el vacío dejado por las organizaciones revolucionarias va siendo cubierto en unas ocasiones por las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y en otras por las iglesias evangelistas, mientras que incluso las protestas y las manifestaciones adquieren un carácter cada vez más apolítico … con su hartazgo de la política”, todo lo cual remata en la imposibilidad de cualquier transformación sea en la política como en la economía. La política aparece como insanablemente corrupta y perversa, y el capitalismo como un baluarte inexpugnable e invencible. El sueño de Francis Fukuyama, o sea nuestra pesadilla, hechos realidad. Ante ello, lo único sensato que puede hacer la ciudadanía es volverle la espalda a la vida pública, privatizarse, ensimismarse en la satisfacción de sus necesidades y tramitar su vida cotidiana a través del mercado. Olvidarse de partidos, sindicatos y movimiento obrero es la voz de orden. La ideología es un anacronismo, y el ideal comunista es reemplazado por el ideal consumista. La degradación del ciudadano lo convierte en consumidor, las más de las veces de bienes que jamás estarán a su alcance. Escapar de este callejón sin salida exige romper con la cultura dominante y visualizar los contornos de una alternativa post o anticapitalista -que, las grandes usinas ideológicas del neoliberalismo bien se cuidan de ocultar, o descartar como mortíferas “utopías”- y concebir las formas organizativas apropiadas para el logro de ese objetivo.
La izquierda latinoamericana lleva décadas empeñada en una laboriosa reconstrucción para salir de este atolladero. Hasta ahora los esfuerzos, aseguran Romano y Díaz Parra, no han dado buenos frutos y la razón es clara y distinta: la perniciosa influencia del posmodernismo como cultura dominante del tardocapitalismo que se expresa a través de dos variantes: el autonomismo y el posibilismo, o falso realismo de izquierda.[2] Los autores aseguran con razón que ambos terminaron siendo colonizados por el sesgo antipolítico y el fatalismo capitalista de la ideología dominante. El autonomismo, porque su ciega fe en la eficacia del espontaneísmo y de un “basismo” que desprecia la organización (no sólo el modelo de partido leninista de1902 sino de cualquier forma de organización) ante un enemigo de clase que planifica y se organiza de manera extraordinaria esteriliza todos sus esfuerzos y lo condena a una parroquial irrelevancia, una fuga hacia una catarsis privada de toda potencialidad transformadora. Otro tanto ocurre con el posibilismo o falso realismo de izquierda porque al postergar sine die la lucha contra el capitalismo y el imperialismo queda atrapado en las redes del sistema, asfixiado por sus múltiples dispositivos y sin ninguna potencialidad estructuralmente transformadora.
          ¿Dónde encontrar la salida? Con muy buen tino nuestros autores se abstienen de dar una receta. Ninguna revolución y ningún gran movimiento social se constituyó a partir de un libreto previamente escrito. Si algo distingue a los procesos revolucionarios es su irreductible originalidad. Obvio que siempre habrá algunos elementos comunes en todas aquellas fuerzas que se proponen abolir al capitalismo y combatir al imperialismo. Pero lo que las distingue siempre es su originalidad: la Revolución Rusa lo fue, como también lo fue la Revolución China, la Vietnamita, la Cubana, la Bolivariana y todas las demás. La revolución no puede ser calco y copia, decía con razón Mariátegui, anticipando lo que sobrevendría hacia el final del siglo veinte.
Las formas organizativas que impulsarán la revolución anticapitalista que necesita la humanidad para, según insistiera Fidel, salvarse del seguro apocalipsis al que la condena el capitalismo serán producto de la praxis histórica de los pueblos, de su rebeldía, de sus tradiciones de lucha, del valor y la clarividencia de sus líderes. Pero algunos componentes tendrán que estar presentes, pues de lo contrario jamás se podrá llegar a tomar el cielo por asalto. Eso no se logrará sin una aceitada y democrática organización del campo popular; sin una adecuada estrategia general de lucha y de largo aliento; sin tácticas correctas y eficaces para acumular fuerzas en cada coyuntura; sin apelar a todas las formas de lucha, como hace la burguesía; sin una preparación ideológica de las masas, librando esa batalla de ideas que, una vez más, requería Fidel tras los pasos de Martí y Gramsci; sin abandonar definitivamente los cantos de sirena que aseguran que se puede cambiar el mundo sin tomar el poder; sin dejar de pensar por un minuto que la conquista del poder del estado (¡y no sólo del gobierno!) es el problema principal de la revolución; sin tener en claro que en las degradadas periferias del capitalismo mundializado el antiimperialismo es el corazón de cualquier tentativa emancipadora; y sin olvidar que la derecha, que se opondrá con todas sus fuerzas al proceso revolucionario, estará permanentemente al acecho y que en caso de que logre prevalecer no dudará un minuto en pasar por las armas a los revolucionarios. Para quienes piensen que estoy exagerando los invito a recordar lo que fue la dictadura cívico-militar argentina entre 1976 y 1983; o la Operación Cóndor en la América Latina de los setentas; o las continuas matanzas de luchadores sociales en países como México, Brasil o Colombia, entre los más virulentos; o lo que fueron las invasiones en Irak y Libia, o lo que está ocurriendo hoy mismo en Siria o, para quienes desconocen esa experiencia, lo ocurrido con el Plan Jakarta puesto en marcha por el gobierno de Estados Unidos en 1965  en Indonesia, con los militares que exterminaron, uno a uno, a por lo menos 500.000 miembros del Partido Comunista o acusados de serlo y partidarios además del gobierno nacionalista de izquierda de Sukarno.[3] Quienes realmente estén dispuestos a librar una lucha contra el capitalismo y el imperialismo deberían tener siempre presente contra qué clase de enemigo están luchando y lo que es capaz de hacer. Y reflexionar sobre los temas que con tanta lucidez y espíritu anticapitalista exponen Romano y Díaz Parra en su libro.

Buenos Aires, 31 de Agosto de 2018
          
[1] Al hablar de la “izquierda latinoamericana” los autores son conscientes de que se trata de un conglomerado muy heterogéneo y que ciertas interpretaciones que se hacen en este libro -y con las cuales estamos de acuerdo-  no necesariamente se aplican por igual a todos los casos. Son válidas para la mayoría pero, por suerte, aún sobreviven organizaciones políticas de izquierda que se resisten a arriar las banderas del anticapitalismo y el antiimperialismo. Además, habría que hilar fino para diferenciar entre gobiernos de izquierda y fuerzas políticas y movimientos sociales de izquierda. Pero el argumento que se desarrolla en estas páginas conserva toda su validez en su planteamiento más general.
[2] A estos podríamos agregar una tercera variante: el infantilismo izquierdista, expresado principal si bien no exclusivamente, por distintas ramas del trotskismo que deslumbradas ante la belleza de la inminente revolución pierden por completo de vista al actor principal del drama latinoamericano: el imperialismo, y se refugian en su gueto político a la espera de la hora final cuando irrumpirá la revolución “químicamente pura.” De ahí su generalizada repulsa a los gobiernos y fuerzas políticas que en los últimos años libraron batalla contra aquél, fulminados todos por igual con el mote de “reformistas”. 
[3] Como consta en los documentos de la Embajada de Estados Unidos en Jakarta y que fueron desclasificados en el 2017. Algunas otras fuentes elevan considerablemente el número de esa matanza hasta unos tres millones. Ver estos y otros datos oficiales del gobierno de Estados Unidos en https://nsarchive.gwu.edu/briefing-book/indonesia/2017-10-17/indonesia-mass-murder-1965-us-embassy-files



Antipolíticas. Neoliberalismo, realismo de izquierda y autonomismo en América latina
Silvina María Romano e Ibán Diaz Parra
Buenos Aires, diciembre de 2018
EDICIONES LUXEMBURG
Coedición con IEALC
110 páginas. 23 x 16 cm
ISBN 978-987-1709-53-3 (libro papel)
ISBN 978-987-1709-56-4 (libro digital)

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