segunda-feira, 30 de setembro de 2013

Filosofia política moderna: de Hobbes a Marx (livro para download)



BORON, Atilio A. (organizador). Filosofia política moderna : de Hobbes a Marx. 1a ed. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales - CLACSO ; San Pablo: Depto. de Ciência Política - FFLCH - Universidade de São Paulo, 2006.

CLIQUE NO LINK ABAIXO PARA ACESSAR: 


Coleção Biblioteca de Ciências Sociais

Filosofia política
moderna
De Hobbes a Marx
Atilio A. Boron
[organizador]


Cicero Araújo
Prefácio à edição em português | 11

Atilio A. Boron
Prólogo | 15

Renato Janine Ribeiro
Thomas Hobbes, ou: a paz contra o clero | 19

Tomás Várnagy
O pensamento político de John Locke e o 
surgimento do liberalismo | 45

Alejandra Ciriza
A propósito de Jean Jacques Rousseau: 
contrato, educação e subjetividade | 81

Marilena Chaui
Espinosa: poder e liberdade | 113

Eduardo Grüner
O Estado: paixão de multidões
Espinosa versus Hobbes, entre Hamlet e Édipo | 145

Roberto Gargarella
Em nome da constituição
O legado federalista dois séculos depois | 169

Miguel A. Rossi
Aproximações ao pensamento 
político de Immanuel Kant | 189

Rubén R. Dri
A filosofia do Estado ético 
A concepção hegeliana do Estado | 213

Gabriel Cohn
Tocqueville e a paixão bem compreendida | 247

Cicero Araújo
Bentham, o Utilitarismo 
e a Filosofia Política Moderna | 267

Atilio A. Boron
Filosofia política e crítica da sociedade burguesa:
O legado teórico de Karl Marx | 287

Estudos temáticos:

Liliana A. Demirdjian e Sabrina T. González
A República entre o antigo e o moderno | 331

André Singer
Maquiavel e o liberalismo: a necessidade da República | 347

Inês M. Pousadela
O contratualismo hobbesiano 
(ou de como para entender do direito 
é necessário pensar do avesso) | 357

Sergio Morresi
Pactos e Política 
O modelo lockeano e a ocultação do conflito | 373

Daniel Kersffeld
Rousseau e a busca mítica da essencialidade | 393

Bárbara Pérez Jaime e Javier Amadeo
O conceito de liberdade 
nas teorias políticas de Kant, Hegel e Marx | 405

Edgardo García
Espaço público e mudança social 
Pensar a partir de Tocqueville | 425

domingo, 29 de setembro de 2013

ATO CONTRA O MASSACRE DA EDUCAÇÃO PELO ESTADO DO RIO DE JANEIRO - DIAS DE LUTA



CONCENTRAÇÃO: 
SEGUNDA 17h - CÂMARA MUNICIPAL DO RIO
TERÇA 10h - LARGO DO MACHADO 

Quem puder, leve barraca na segunda para fortalecer o ocupa câmara! No dia seguinte será a votação do plano de carreira dos professores e MUITO importante nosso nosso apoio.

O ato de segunda está marcado para 17h, dessa forma aqueles que trabalham poderão também participar dessa luta, mas terça feira TEMOS que estar presentes.

Na noite deste sábado (28), a Polícia Militar do Rio de Janeiro realizou (SEM MANDADO JUDICIAL) a desocupação da Câmara dos Vereadores, que estava ocupada desde a última quinta-feira pelos professores e profissionais da educação.

A desocupação foi violenta, com cenas de horror. VAMOS À RUA MOSTRAR QUE ESSE MASSACRE NÃO FICARÁ BARATO!

Segundo o Comandante da operação, as ordens da desocupação vieram do Presidente da Câmara dos Vereadores. Jorge Felippe (PMDB) e do Governador do Rio de Janeiro Sérgio Cabral (PMDB).

Alguns vereadores estavam presentes e também sofreram com a agressividade da polícia.



Anita Prestes bate papo e lança livro na Praça da Juventude (7ª Feira do Livro de São Luís - Felis)

Em um bate papo descontraído, a filha de Luiz Carlos Prestes e Olga Benario Prestes, a historiadora Anita Prestes lançou o seu livro mais recente ''Luiz Carlos Prestes: o combate por um partido revolucionário (1958-1990)''






sábado, 28 de setembro de 2013

10 milhões de fotografias históricas e icônicas para download

Uma parceria entre a revista norte-americana “Life”, que produziu algumas das imagens mais importantes do século 20, e o Google, disponibiliza para uso não comercial 10 milhões de fotografias em média e alta resolução. É possível encontrar imagens históricas e icônicas divididas em cinco categorias: pessoas, lugares, eventos, esporte e cultura. O acervo compreende o período de 1860 a 1970 e inclui obras de grandes nomes da fotografia, como Alfred Eisenstaedt, Margaret Bourke-White, Gordon Parks e W. Eugene Smith.
A revista Life foi fundada em 1883 por John Ames Mitchell. Ficou conhecida pelos cartoons, séries de pin-up, textos humorísticos e pelas críticas de teatro e cinema. A partir de 1936, a marca foi comprada por Henry Luce, o fundador da “Time Magazine”, e se transformou em uma revista especializada em grandes reportagens, tendo o fotojornalismo como sua principal característica. A publicação periódica do Life Magazine foi descontinuada em definitivo em maio de 2000. A partir de 2004, foi encartada em jornais norte-americanos como suplemento semanal, saindo de circulação definitivamente em 2007.
Para fazer o download basta usar a busca, clicar sobre o título da imagem, e depois sobre a opção “View full size” e mandar salvar.
FONTE: Revista Bula

E.P. Thompson, la centralidad política de la clase y la izquierda académica actual

Por Ellen Meiksins Wood

“Estos nuevos guerreros no clasistas de cierta izquierda académica actual aceptan en la práctica la construcción neoliberal del universo social. Tampoco para ellos hay clases o política de clases; simplemente, un mundo postmoderno en el que la fragmentación, la diversidad y las identidades ‘múltiples’ han acabado con las viejas solidaridades de clase.”

Todavía existía una importante cultura anticapitalista en la izquierda intelectualcuando en el año 1963 E.P. Thompson publicó  The Making of the English Working Class; esa cultura  floreció con fuerza entre el grupo de los historiadores marxistas británicos, aquel destacado círculo al que pertenecía Thompson. Durante poco más de una década,  a pesar de (o quizás debido a) las erupciones militantes del 68 y de algunas espectaculares luchas obreras  unos  años más tarde, la vida intelectual de la izquierda occidental fue moldeada por una actitud de rendición ante el capitalismo y por un “olvido de la clase”.

La moda académica más influyente en la izquierda, comenzando con el postmarxismo y culminando con el postmodernismo, parece ahora –para bien o para mal— aferrada a un principio, según el cual el capitalismo era la única opción viable y la lucha de clases ya no está en la agenda.

Estas modas iniciaron su camino en los tardíos 70 y se desarrollaron más o menos en paralelo con la “Nueva Derecha” y el neoliberalismo. Justo cuando los gobiernos impulsados por la doctrina neoliberal estaban llevando a cabo una guerra abierta de clases en nombre del capital y en contra del trabajo, el concepto de clase declinaba. En Gran Bretaña, por ejemplo, mientras el gobierno de Margaret Thatcher ponía en práctica su despiadada lucha de clases contra los trabajadores, su propia estrategia retórica consistía en negar la existencia misma de las clases.

Esa estrategia ideológica es más alarmante aún porque reaparece en la izquierda intelectual como una imagen en el espejo. Y no solamente ocurre con el postmarxismo. Incluso el Marxism Today,  la revista teórica de moda del partido comunista británico que inventó el concepto de “thatcherismo”, se suma entusiásticamente al “repliegue del concepto de clase”.

Estos nuevos guerreros no clasistas de izquierda aceptan en la práctica la construcción neoliberal del universo social. Tampoco para ellos hay clases o política de clases; simplemente un mundo postmoderno en el que la fragmentación, la diversidad y las identidades “múltiples” han acabado con las viejas solidaridades de clase.

Muchos piensan, es cierto, que puede ser una estrategia para librar las luchas necesarias frente a  formas de opresión distintas, especialmente las relacionadas con el género y la raza. Pero hay algo más en ese repliegue  –quizá deberíamos decir algo menos– que un interés en  formas alternativas de lucha; y ese abandono del concepto de clase no puede simplemente atribuirse al declinar del movimiento obrero en los 70 y 80. El repliegue del concepto de clase, que comparten algunos sectores de la izquierda intelectual, tiene otras raíces que le preceden[1]

Los intelectuales de izquierda más decididos a abandonar el concepto de clase también se inclinan a sugerir que no tenemos necesidad de confrontar con el capitalismo como una totalidad sistémica, porque no existiría algo así como un sistema capitalista –si es que alguna vez existió— en la nueva realidad fragmentada. Nos cuentan que se está dando una tremenda expansión de la “sociedad civil” que amplía considerablemente el abanico de nuestras elecciones individuales. El modo de combatir a las doctrinas liberales consistiría aparentemente en aceptar sus supuestos básicos y tratar de vencerlos en su propio juego retórico.

La crisis capitalista real

Nos enfrentamos hoy a un capitalismo real con características que no conocíamos desde hace mucho tiempo. Desde la crisis de 2008 y del desastroso proyecto de austeridad que le siguió, es casi imposible desconocer los brutales efectos sistémicos del capitalismo o las crudas realidades de las clases.

Ha habido algunos signos alentadores de nuevos movimientos contestatarios, como el movimiento “Occupy”, que si bien no han cristalizado aún en un movimiento político coherente, sin embargo comenzaron a cambiar el discurso sobre las consecuencias del capitalismo y las desigualdades de clase. Pese a ello, gran parte de la izquierda intelectual ha perdido el hábito, los medios o incluso la voluntad de oponerse al capitalismo, no sólo en la práctica sino también en la teoría.

Por eso pienso que es el momento indicado para revivir a Edward Thompson. No solamente porque Thompson es, probablemente más que cualquier otro historiador, quien le dio vida a los procesos de la formación y lucha de clases, sino también porque aún más que cualquier otro historiador y quizás incluso que cualquier académico o escritor, Thompson fue quien con más claridad definió al capitalismo como una forma social históricamente específica –no como una ley de la naturaleza—, obligándonos a verlo con distancia crítica y antropológica.

Y esto tiene una importancia  hoy, pues hace mucho tiempo que hemos adquirido el hábito de considerar el capitalismo como dado, como si se tratara de algo tan universal e invisible como el aire que respiramos. Thompson desafió los presupuestos básicos del capitalismo, entendiéndolo como un conjunto de prácticas sociales y principios morales y estudiando su desarrollo como un proceso en lucha constante.

No sólo mostró este proceso en su libro La formación de la clase obrera en Inglaterra, sino también en otros trabajos, por ejemplo en su clásico ensayoMoral Economy of the Crowd en el que sigue las pistas de las luchas contra de la racionalidad del mercado, impuesta a pesar de la resistencia de grupos con costumbres y expectativas distintas y con diferentes concepciones del derecho a la subsistencia; o su ensayo Custom, Law, and Common Right, en el que nos muestra el modo en que las definiciones de propiedad fundadas en la productividad para el beneficio capitalista se afianzaron a costa de las prácticas prevalecientes y las concepciones de derecho al uso; o su ataque –especialmente en su ensayo  “Time, Work Discipline and Industrial Capitalism”— al concepto de “industrialización” y su insistencia en la especificidad del capitalismo industrial como un modo históricamente indexado de explotación –no como un proceso neutral de cambio tecnológico—, con efectos que afectaron a las prácticas laborales y también a algo mucho más central para nuestra vida cotidiana, que es nuestra experiencia del tiempo. [2]

El abordaje thompsoniano de la historia resume lo que creo es la esencia del materialismo histórico, una aproximación que arroja luz sobre la teoría y la práctica, sobre la historia y la política. Si bien Thompson intenta evitar el lenguaje teórico, su trabajo histórico siempre me ha parecido tan fértil para la teoría como iluminador para la historia.

Según Thompson, el conocimiento teórico no lo es acerca de una “representación conceptual estática”, sino sobre “conceptos apropiados para investigar los procesos”. Esto significa, entre otras cosas,  que no existe esa suerte de sencilla antítesis entre historia y teoría o entre lo empírico y lo  teórico en la que insisten algunas corrientes muy influyentes del marxismo.

El desafío, según Thompson, consiste en captar e iluminar los procesos históricos, no considerar a la clase como una ubicación estática en una estructura de “estratificación”, sino como un proceso y una relación social. Para decirlo con otras palabras, Thompson se tomó en serio la idea de Marx de que el materialismo histórico se ocupa de la “actividad práctica” humana, de la agencia humana, con los apremios que imponen las condiciones históricas y sociales específicas. Eso es lo que lo convierte en un analista tan efectivo del capitalismo entendido como un terreno en disputa y blanco de lucha.


Ellen Meiksins Wood ha sido durante muchos años profesora de ciencia y filosofía políticas en la York University de Toronto, Canadá. Entre 1984 y 1993 estuvo en el comité editorial de la New Left Reviewbritánica, y entre 1997 y 2000 coeditó, junto con Paul Sweezy Harry Magdoff la revista norteamericanaMonthly Review. Filósofa e historiadora marxista y feminista mundialmente reconocida, ha realizado contribuciones fundamentales en el campo de la filosofía política, lde a historia de las ideas políticas y de la historia política y social. Sus últimos libros publicados: Citizens to Lords. A Social History of Western Political Thought from Antoiquity to the Middle Ages (Verso, Londres, 2008) y The Origin of Capitalism. A Longer View (Verso, Londres, 2002). Actualmente, reside en Londres.




Domenico Losurdo e o “retorno” da luta de classes

Entrevista de Domenico Losurdo, realizada por Paolo Ercolari, para a revista italiana Critica Liberale, por ocasião da publicação de seu livro La lotta di classe: una storia politica e filosofica ("A luta de classe: uma história política e filosófica"), pela Editora Laterza, neste ano de 2013.

Critica LiberaleProfessor Losurdo, como explica esta ideia de escrever um livro sobre a luta de classe, conceito tido por muitos como morto?
Domenico Losurdo: Enquanto grassa a crise econômica, engrossam os ensaios que evocam o “retorno da luta de classe”. Tinha desaparecido? Na realidade, os intelectuais e os políticos que proclamavam o crepúsculo da teoria marxista da luta de classe cometiam um duplo erro. Por um lado, embelezavam a realidade do capitalismo. Nos anos 1950, Ralf Dahrendorf afirmava que se estava verificando um “nivelamento das diferenças sociais” e que aquelas mesmas modestas “diferenças” eram somente o resultado do mérito escolástico; contudo, bastava ler a imprensa estadunidense, até a mais alinhada, para dar-se conta de que mesmo nos países-guias do Ocidente subsistiam pavorosos bolsões de uma miséria que se transmitia hereditariamente de uma geração a outra. Ainda mais grave era o segundo erro, de caráter mais propriamente teórico. Eram os anos em que se desenvolvia a revolução anticolonial no Vietnã, em Cuba, no Terceiro Mundo; nos Estados Unidos os negros lutavam para pôr fim à supremacia branca, ao sistema de segregação, discriminação e opressão racial que ainda pesava sobre eles. Os teóricos da superação da luta de classes estavam cegos ante as ásperas lutas de classes que se desenvolviam sob seus olhos.

Critica LiberaleSe não entendemos mal, você amplia bastante o campo semântico da expressão “luta de classes”, compreendendo em seu interior uma gama de problemas e questões muito mais amplas?
DL: Sim, Marx e Engels chamavam a atenção não somente para a exploração que tem lugar no âmbito de um país singular, mas também para a “exploração de uma nação por parte de outra”. Outrossim, nesse segundo caso temos a ver com uma luta de classe. Na Irlanda, onde os camponeses eram sistematicamente expropriados pelos colonos ingleses, a “questão social” assumia a forma de “questão nacional”, e a luta de libertação nacional do povo irlandês não só era uma luta de classes, mas uma luta de classes de particular relevância: é nas colônias de fato – observa Marx – que “a intrínseca barbárie da civilização burguesa” se revela na sua nudez e em toda a sua repugnância.

Critica LiberalePode-se explicar melhor a gênese histórico-filosófica desta sua leitura tão incomum a respeito de categorias tradicionais?
DL: A cultura do século 19 era chamada a responder a três desafios teóricos. Em primeiro lugar, de que modo explicar a marcha irresistível do Ocidente, que com o seu expansionismo colonial subordinava todo o planeta, esmagando até mesmo países de antiquíssima civilização como a China? Em segundo lugar, enquanto triunfava no plano internacional, o Ocidente se via ameaçado internamente pela revolta das massas populares que pela primeira vez irrompiam, e de maneira avassaladora, na cena da história. Pois bem, quais eram as causas desse fenômeno inaudito e aflitivo? Em terceiro lugar, o Ocidente apresentava um quadro bastante diferenciado de país a país. Se na Inglaterra e nos Estados Unidos assistia-se a um desenvolvimento gradual e pacífico em nome de uma liberdade bem ordenada, totalmente diferente era o caso da França: aqui à revolução se sucedia a contrarrevolução, por sua vez varrida por uma nova revolução; a partir de 1789, os mais diferentes regimes políticos (monarquia absoluta, monarquia constitucional, terror jacobino, ditadura militar napoleônica, império, república democrática, bonapartismo) se sucederam um ao outro, sem que jamais se realizasse a liberdade com ordem. Bem, qual era a maldição que pesava sobre a França? A todos estes três desafios teóricos a cultura dominante do século 19 respondia remetendo de um ou outro modo à “natureza”. Para dizer com Disraeli, a raça é “a chave da história”, “tudo é raça e não existe outra verdade”, e a definir uma raça “é só uma coisa, o sangue”; esta era também a opinião de Gobineau. Explicavam-se assim o triunfo do Ocidente ou da superior raça branca e ariana, a revolta daqueles “bárbaros” e “selvagens” que eram os operários e as convulsões incessantes de um país como a França, devastado pela miscigenação. Em outros momentos, a natureza a que se remetia tinha um significado mais brando. Para Tocqueville não havia dúvidas: o triunfo da “raça europeia” sobre “todas as demais raças” era vontade da Providência; a conduta mais ordenada da Inglaterra e dos Estados Unidos era a prova do mais robusto senso moral e senso prático dos anglo-saxões em comparação com os franceses, os quais eram devastados pela loucura revolucionária ou pelo “vírus de uma espécie nova e desconhecida”. Como se vê, o paradigma racial em sentido estrito (caro a Gobineau e Disraeli) tendia a ser substituído pelo paradigma etnológico-racial e pelo psicopatológico. Permanecia a referência a uma “natureza” mais ou menos imaginária e o abandono do terreno da história.
Foi sobre a onda da luta contra esta visão que Marx e Engels elaboraram a teoria da luta de classe. A marcha triunfal do Ocidente não se explicava nem com a hierarquia racial nem com os desígnios da Providência; ela exprimia o expansionismo da burguesia industrial e a sua tendência a construir o “mercado mundial” esmagando e explorando os povos e países mais débeis e mais atrasados. Os protagonistas das revoltas populares no Ocidente não eram bárbaros nem loucos; eram proletários, em seguida ao desenvolvimento industrial, tornavam-se cada vez mais numerosos e adquiriam uma consciência de classe mais madura. Em um país como os Estados Unidos o conflito social burguesia/proletariado era menos agudo, mas somente porque a expropriação e a deportação dos nativos permitia transformar em proprietários de terras uma parte consistente de proletários, enquanto a escravização dos negros tornava possível o controle férreo das “classes perigosas”. Mas tudo isto não tinha nada a ver com um superior senso moral e prático dos americanos, como foi confirmado pela sangrentíssima guerra civil, que entre os anos de 1861 e 1865 viu o confronto entre a burguesia industrial do Norte e a aristocracia proprietária de terras e escravista do Sul e, na última fase do conflito, os escravos (arregimentados no exército da União) contra os seus patrões ou ex-patrões.
Para compreender a ação histórica, é necessário remeter à história e à luta de classes, aliás às “lutas de classes” que assumem formas múltiplas e variegadas, entrelaçam-se umas às outras de modo peculiar e conferem uma configuração sempre diferente às diversas situações históricas.

Critica LiberaleO seu discurso parece, portanto, partir de uma leitura nova do legado de Marx e Engels?
DL: A minha leitura de Marx e Engels pode surpreender, mas releiamos o Manifesto do Partido Comunista: “A história de toda sociedade que existiu até agora é a história das lutas de classes” e estas assumem “formas diversas”. O recurso ao plural faz entender que aquela entre o proletariado e a burguesia ou entre o trabalho assalariado e as classes proprietárias é apenas uma das lutas de classes. É também a luta de classes de uma nação que sofre a exploração colonial. Não é necessário, enfim, esquecer um ponto sobre o qual Engels insiste de modo particular: “a primeira opressão de classe coincide com aquela do sexo feminino por parte do masculino”; no âmbito da família tradicional “a mulher representa o proletariado”. Estamos, portanto, em presença de três grandes lutas de classes: os explorados e oprimidos são chamados a modificar radicalmente a divisão do trabalho e as relações de exploração e de opressão que subsistem em nível internacional, em um país singular e no âmbito da família.

Critica LiberaleUm discurso que vai longe, mas que pode ajudar a ler o passado com uma ótica nova.
DL: Somente assim podemos compreender o século passado. Nos nossos dias, um historiador de grande sucesso, Niall Ferguson, escreve que na grande crise histórica da primeira metade do século 20, a “luta de classe”, aliás, “a presumida hostilidade entre o proletariado e a burguesia”, tem desempenhado um papel bem modesto; bem mais relevantes teriam sido as “divisões étnicas”. Contudo, argumentando de tal maneira, mantém-se firme no ponto de vista do nazismo que lia a guerra no Leste como uma “grande guerra racial”. Mas quais eram os objetivos reais daqueles? São explícitos os discursos secretos de Heinrich Himmler: “Se não enchermos os nossos campos de trabalho de escravos – neste aspecto posso definir a coisa de modo líquido e claro – de operários-escravos que construam as nossas cidades, os nossos povoados, as nossas fábricas, sem ter em conta as perdas”, o programa de colonização e germanização dos territórios conquistados na Europa oriental não poderá ser realizado. A luta de todo um povo para evitar o destino de escravos sob domínio de uma suposta raça de senhores e patrões é claramente uma luta de classes!
Um acontecimento análogo ocorre na Ásia, onde o Império do Sol Nascente imita o Terceiro Reich e retoma e radicaliza a tradição colonial. A luta de classes de todo um povo que luta para escapar da escravização encontra seu intérprete em Mao Zedong, que em novembro de 1938 sublinha a “identidade entre a luta nacional e a luta de classes” que veio a se produzir nos países contra os quais o imperialismo japonês investiu. Como na Irlanda da qual fala Marx, a “questão social” se apresenta concretamente como “questão nacional”, também na China daquele tempo a forma concreta assumida pela “luta de classes” é a “luta nacional”.

Critica LiberaleA sua interpretação é tão heterodoxa, que poderiam abater-se sobre você, como ocorreu frequentemente no passado, críticas acesas também da parte da esquerda, além daquelas do mundo liberal.
DL: Desafortunadamente, também na esquerda “radical” difundiu-se a visão de que a luta de classes se referiria exclusivamente ao conflito entre o proletariado e a burguesia, entre o trabalho assalariado e as classes proprietárias. Chama a atenção de modo negativo a influência de uma eminente filósofa, Simone Weil, segundo a qual a luta de classes seria “a luta daqueles que obedecem contra aqueles que comandam”. Não é este o ponto de vista de Marx e Engels. Em primeiro lugar, aos seus olhos, é luta de classes também a que é conduzida por aqueles que exploram e oprimem. Ainda querendo concentrar-se na luta de classes de caráter emancipador, esta pode muito bem ser conduzida do alto, por “aqueles que comandam”. Tome-se a Guerra de Secessão nos Estados Unidos. No campo de batalha se enfrentavam não os poderosos e os humildes, os ricos e os pobres, mas dois exércitos regulares. E, todavia, desde o início, Marx assinalou que o Sul era o campeão declarado da causa do trabalho escravagista e o Norte o campeão mais ou menos consciente da causa do trabalho “livre”. De modo totalmente inesperado, a luta de classes pela emancipação do trabalho tomava corpo em um exército regular, disciplinado e poderosamente armado. Em 1867, publicando o primeiro livro de O Capital, Marx indicava na Guerra de Secessão o “único acontecimento grandioso da história dos nossos dias”, com uma formulação que reclama à memória a definição da revolta operária de junho de 1848 como “o acontecimento mais colossal na história das guerras civis europeias”. A luta de classes, a própria luta de classes emancipadora, pode assumir as formas mais diversas.
Depois da revolução de outubro, Lênin sublinha repetidamente : “A luta de classes continua; apenas mudou a sua forma”. O empenho para desenvolver as forças produtivas, melhorando as condições de vida das massas populares, ampliando a base social de consenso do poder soviético e reforçando a sua capacidade de atração sobre o proletariado ocidental e sobre os povos coloniais, tudo isto constituía a forma nova assumida na Rússia soviética pela luta de classes.

Critica LiberaleComo explicar este impressionante mal entendido da teoria da luta de classes exatamente da parte da esquerda, que sobre a teoria do conflito social construiu boa parte da própria ação histórica?
DL: A esquerda, mesmo a radical, resiste a compreender a teoria da luta de classes em Marx e Engels porque é influenciada pelo populismo. O populismo se apresenta aqui em duas formas conectadas entre si. A primeira já começamos a vê-la: é a transfiguração dos pobres, dos humildes, vistos como os únicos depositários dos autênticos valores morais e espirituais e os únicos possíveis protagonistas de uma luta de classes realmente emancipadora. É uma visão de que o próprio Manifesto do Partido Comunista já zombava, ao criticar o “ascetismo universal” e o “rude igualitarismo” e acrescenta: “nada mais fácil do que dar ao ascetismo cristão uma mão de verniz socialista”. Segundo Marx e Engels, esta visão caracteriza “os primeiros movimentos do proletariado”. Na realidade, esta primeira forma do populismo se manifestou com força na Rússia soviética, quando muitos operários, inclusive filiados ao partido bolchevique, condenaram a NEP como uma traição aos ideais socialistas. Uma réplica de tais processos e conflitos se manifestou na China quando, em polêmica contra a transfiguração do pauperismo e a visão do socialismo como distribuição “igualitária” da miséria, Deng Xiaoping chamou a realizar a “prosperidade comum”, a ser conseguida etapa após etapa (e mesmo através de múltiplas contradições). É nesse quadro que aparece o slogan “Ficar rico é glorioso!”, que suscitou tanto escândalo também na esquerda ocidental.
A segunda forma de populismo encontra sua expressão mais eloquente, e mais ingênua, de novo em Simone Weil quando nos anos 1930 imagina um enfrentamento homogêneo no plano planetário e decisivo de uma vez para sempre: enfrentar-se-iam o “conjunto dos patrões contra o conjunto dos operários”; seria uma “guerra conduzida pelo conjunto dos aparatos do Estado e os estados maiores contra o conjunto dos homens válidos e em idade de empunhar armas”, uma guerra que vê o enfrentamento entre o conjunto dos generais e o conjunto dos soldados! Nesta perspectiva não está mais o problema da análise das formas de luta de classes de tempos em tempos diferentes nas diversas situações nacionais e nos diversos sistemas sociais. Em toda a parte estaria em ação uma única contradição em estado puro: aquela que contrapõe os ricos e os pobres, os poderosos e os humildes.
É evidente a influência que esta segunda forma de populismo continua a realizar ainda nos nossos dias, em particular na esquerda ocidental: quando no afortunadíssimo livro de Hardt e Negri, O Império, lemos a tese segundo a qual no mundo de hoje a uma burguesia substancialmente unificada em nível planetário se contraporia uma “multidão”, esta própria unificada pelo desaparecimento das barreiras estatais e nacionais, quando lemos isto, não podemos deixar de pensar na visão que foi cara a Simone Weil.

Critica LiberaleEsta sua empenhada reconstrução do problema fornece uma chave de leitura para hoje?
DL: Certamente! Permanecem em ação as três formas fundamentais da luta de classes analisadas por Marx e Engels. Nos países capitalistas avançados a crise econômica, a polarização social, a crescente desocupação e precarização, o desmantelamento do Estado social, tudo isto torna agudo o conflito entre o trabalho assalariado e uma elite privilegiada cada vez mais restrita. É uma situação que compromete algumas das conquistas sociais das mulheres, cuja luta de emancipação torna-se particularmente difícil em países que não alcançaram o estádio da modernidade. Quanto ao Terceiro Mundo, a luta de classes continua ainda a manifestar-se em medida considerável como luta nacional. Isto é imediatamente evidente para o povo palestino, cujos direitos nacionais são pisoteados pela ocupação militar e pelos assentamentos coloniais. Mas a dimensão nacional da luta de classes não desapareceu nem sequer nos países que se libertaram da sujeição colonial. Estes são chamados a lutar não contra uma, mas também contra dois tipos de desigualdade: por um lado devem reduzir a disparidade social em seu interior; por outro lado, devem preencher ou atenuar a distância que os separa dos países mais avançados. Os países que, sobretudo na África, descuidaram dessa segunda tarefa e que não compreenderam a necessidade de passar em dado momento da fase militar à fase econômica da revolução anticolonial, tais países não têm nenhuma real independência econômica e estão expostos à agressão ou à desestabilização promovida ou favorecida a partir do exterior.
Temos, portanto, três formas de lutas de classes emancipadoras, entre as quais não há uma harmonia pré-estabelecida: como combiná-las nas diversas situações nacionais e em nível internacional de modo que possamos confluir em um único processo de emancipação, é este o desafio com que tem que se defrontar uma esquerda autêntica.

Tradução: José Reinaldo Carvalho

sexta-feira, 27 de setembro de 2013

Kierkegaard, contemporâneo de Marx


Por Ricardo Musse

Neste ano de 2013, comemoram-se os 200 anos de nascimento de Søren Kierkegaard. No Brasil, o ponto alto dessa efeméride foi o lançamento do primeiro volume dos Pós-escritos às Migalhas Filosóficas, numa versão de seu mais competente tradutor brasileiro, Álvaro Valls.
A leitura e a interpretação recente de Kierkegaard no país, desenvolvida no âmbito acadêmico, esforça-se em superar a visão do pensador dinamarquês como precursor do existencialismo, procurando inseri-lo nos debates de sua época, a década que antecedeu à Revolução de 1848.
Nessa direção, apresento abaixo uma breve reflexão sobre as semelhanças e diferenças entre Kierkegaard e Marx, num comentário concentrado no livro Migalhas Filosóficas.
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Num artigo de 1844, nos Anais Franco-Alemães, intitulado Crítica da filosofia do direito de Hegel – Introdução – visando e distinguindo-se de seus companheiros de geração conhecidos como “jovens hegelianos” –, Karl Marx anuncia que, doravante, a crítica do céu deveria se converter “em crítica da terra, a crítica da religião em crítica do direito, e a crítica da teologia em crítica da política.” (Crítica da filosofia do direito de Hegel, p. 146)
Essa necessidade do presente histórico, exigência imperativa do “espírito do tempo”, não passou desapercebida a Søren Kierkegaard. Num texto publicado postumamente como apêndice ao Ponto de vista explicativo da minha obra como escritor, significativamente intitulado “O indivíduo”, Kierkegaard reconhece, entre as características de sua época, que “nestes tempos, tudo é política”.
Ali, nas adjacências da Alemanha, na pequena e provinciana Dinamarca, alguém também compreendeu, à maneira de Marx, que o fato de serem “contemporâneos filosóficos do presente, sem serem seus contemporâneos históricos” não impedia, mas antes os impulsionava a buscar, por meio da dissolução da sociedade existente, a “emancipação total do homem”. Porém, enquanto Marx colocava as suas expectativas nas mãos de uma classe social que então se constituía historicamente (o proletariado), Kierkegaard, ao interpretar a sua época como carente de eternidade – “a infelicidade do nosso tempo consiste justamente em se ter tornado exclusivamente ‘o tempo’, a temporalidade que, na sua impaciência, nada quer ouvir da eternidade” –, desespera de qualquer outra solução que não um retorno à fé e ao cristianismo originário.
Essa convergência na negação do existente e na aposta numa transformação do mundo e do homem, assim como as subsequentes divergências, explicam-se, sobretudo, pelo referencial comum a ambos: o sistema especulativo construído por Hegel que, cada qual à sua maneira, tomavam como expressão acabada do mundo burguês, adjetivado (enfaticamente) capitalista por Marx e cristão por Kierkegaard.
A crítica da cristandade ocidental, mundanizada pela associação entre Igreja e Estado, tem como meta principal dissociar humanidade, compreendida como espécie, e cristianismo. Trata-se de inverter o legado das pequenas concessões e aproximações que instauraram entre a religião e a filosofia, o divino e o humano, o sagrado e o profano, a fé e a razão uma (estranha) continuidade. Com isso, Kierkegaard procura, ao mesmo tempo, devolver ao deus o direito de propriedade sobre o cristianismo, usurpado pela espécie, e ensinar aos homens, enquanto indivíduos, o caminho “para se tornar cristão”.
Toda a parte de sua obra publicada sob pseudônimos foi definida posteriormente pelo próprio Kierkegaard como “produção estética”, isto é, como uma apresentação indireta – configurando uma duplicidade e uma dialética peculiares – das questões propriamente religiosas, às quais corresponde a outra parte da obra. A única exceção cabe ao heterônimo Johannes Climacus, que apesar de não ser cristão, teria descrito, emMigalhas filosóficas e no Pós-escrito final não-científico, a via pela qual se regressa do sistema, da especulação, em suma, da filosofia, para a posição de cristão.
O alvo central de Climacus (e das Migalhas filosóficas) é a reconciliação hegeliana do cristianismo na história universal do espírito. Em lugar da ênfase na sua expansão histórica, na progressiva “naturalização” determinada por sua incorporação pelo mundo secular, importa ressaltar o estranhamento, o paradoxo inassimilável pela especulação, o “absurdo” que os gregos (e a razão) chamaram de “loucura” e no qual os judeus (e o coração) viram um “escândalo”: o fato de que o deus tenha estado no mundo e tomado a forma humana.
Numa digressão poética, cujo tom literário destoa da paixão especulativa e da paciência conceptual do restante do livro, Kierkegaard imagina o deus movido não pela necessidade, mas sim pelo amor. Só esse sentimento, e o seu movimento no sentido de tornar iguais os desiguais, explicaria a descida do deus e o fato de ter se mostrado sob a figura humilde do “servo”. Assim, ao manter uma distinção essencial entre o absoluto e o finito, descarta-se – em nome de um verdadeiro amor, devotado não ao onipotente que faz milagres, mas sobretudo àquele que se rebaixou igualando-se aos homens – toda uma série de concepções do amor cristão que reduziam a diferença essencial elevando, de alguma maneira, seja pelo engano do júbilo ou da adoração, o homem ao patamar inatingível do deus.
O deus, assim entendido, é um desconhecido contra o qual a inteligência, em sua paixão paradoxal, se choca, desviando o homem de seu processo, inaugurado pelos gregos, de autoconhecimento. A distinção entre ser de fato (existência) e ser ideal (essência) não permite qualquer passagem do conceito ao existente. Rejeitando tanto a prova ontológica de Santo Anselmo (atualizada por Hegel) – “não se prova que uma pedra existe, mas que algo, que de fato existe, é uma pedra” –, como a demonstração da existência pelos feitos, ou ainda a tentativa, à maneira de Spinoza, de deduzi-la de um esclarecimento conceptual, Kierkegaard situa o deus, enquanto absolutamente diferente (e, portanto, não redutível à antropologização concebida pelos jovens hegelianos), como um limite para a razão. A única via de acesso humano ao deus é a fé, considerada enquanto forma distinta do conhecimento e da vontade (logo, da razão), isto é, como um ato de liberdade.
A religiosidade humana não se desenrola ao longo de um processo social, coletivo, mas sim – já que o deus, o salvador, o libertador, aqui esteve – decorre, pelo lado humano, de uma decisão individual, de uma relação pessoal com o deus (“cada homem, na medida em que é crente, não deve nada a outro homem, mas sim tudo ao deus”). Através dessa conversão passa-se da não-verdade à verdade, do não-ser ao ser, ou melhor, renasce-se (não para o júbilo, mas sobretudo para a consciência do pecado).
O cristianismo perde, assim, a estabilidade de uma “realidade histórica-universal”, para se transformar em uma possibilidade, num paradoxo que pode ser objeto de escândalo ou de crença. Mas, nem por isso a perspectiva histórica é descartada. Primeiro, ao orientar o seu projeto de acordo com as necessidades de sua época, ao se situar como um “corretor do tempo”, o próprio Kierkegaard compreendeu a si mesmo e à sua obra historicamente. Além disso, ao assentar o cristianismo no paradoxo da “implantação do deus na vida humana”, tomou o fato absoluto (o eterno) como um fato histórico. Entretanto, se esse primeiro momento, a autocompreensão histórica de sua existência individual, não destoa da visão tradicional da história (do hegeliano “espírito do tempo”), o passo seguinte aponta para uma nova concepção de história.
O fato de que o deus aqui esteve é algo de sui generis. Trata-se antes de uma contradição, do que de um fato sujeito a uma comprovação empírica. Logicamente falando, a perfeição da eternidade consiste em não ter história, porém, por outro lado, tudo o que veio a ser é histórico, pois lhe pode ser atribuído pelo menos o predicado decisivo do histórico: que ele veio a ser. Tal fato, a passagem do deus, por sua vez, tampouco pode ser provado pela percepção ou pelo conhecer imediatos (qualquer relato, por mais circunstanciado que seja, dos episódios da sua estada aqui não demonstraria jamais o decisivo: que se tratava de um deus). Tem-se assim um fato histórico que só é tal para a fé.
Desse modo, Kierkegaard procura responder à questão: “o que significa ser cristão hoje, isto é, 1844 anos após a morte de Jesus Cristo?” por meio de uma solução que se afasta tanto da posição histórica de Hegel, quanto da postura doutrinal dos teólogos e ainda da perspectiva antropológica de Feuerbach. Trata-se de uma adesão pessoal, intransferível ao deus, através da fé, isto é, da capacidade de crer naquilo que não se vê. Se a fé, em sentido eminente, é essencial para a apreensão desse fato histórico singular, a crença, entendida num sentido mais amplo, torna-se, na generalização dessa posição para a história como um todo, o órgão por excelência da compreensão histórica. Só ela pode captar a ambiguidade, a contradição entre certeza e incerteza, própria a um passado que não se rege pelas leis da necessidade (histórica), mas pela liberdade.
O “filosófo-histórico”, esse “profeta do retrospecto”, não percebe que o necessário, exatamente por ser tal, isto é, por relacionar-se sempre consigo mesmo da mesma maneira e também por concernir somente à essência, tem como determinação justamente a exclusão do devir. Essa ilusão retrospectiva – “a distância no tempo faz com que o sentido espiritual se iluda, assim como a distância no espaço provoca a ilusão sensorial. O contemporâneo não vê a necessidade do que devém, mas quando transcorreram séculos entre o devir e o observador então este vê a necessidade, do mesmo modo como aquele que, à distância, vê o quadrado como se fosse redondo” – não apenas substitui a liberdade, a decisão inerente aos atos humanos, pela necessidade, mas também, ao transplantar tal necessidade em teoria da realidade, concebe o sistema como uma totalidade na qual a existência, a singularidade da decisão, da opção individual não tem lugar. Identificada com a lógica, a realidade, para Hegel, não abarca o mais ínfimo, a contingência, aquilo que Kierkegaard considera supremo.
Não se trata apenas de ressaltar os equívocos da cristandade (e de seus filósofos). Como a presença do deus entre nós não deixa de ser um fato histórico, cabe ainda mostrar que ela instaurou uma descontinuidade essencial na autocompreensão humana.
Trata-se, portanto, de redefinir a diferença do cristianismo frente aos gregos. Para tanto, Kierkegaard retoma a concepção socrática de verdade. Procurando escapar à dificuldade inerente à questão: “em que medida pode-se apreender a verdade?”, Sócrates desenvolve a teoria da reminiscência, segundo a qual o indivíduo interrogado, deve apenas, adquirir consciência, por si mesmo, daquilo que sabe. Essa imanência socrática e a concepção de temporalidade daí decorrente compõem os momentos históricos indiferentemente. Não há lugar aí para o “instante”, para um momento dotado de importância decisiva, ou melhor, para o eterno. Uma vez que o deus aqui esteve, que a disjunção socrática não rege mais, o homem está fora da verdade. Para voltar à verdade, ao ser, é preciso romper com a temporalidade, com a imanência, é preciso saltar…
Referências bibliográficas
KIERKEGAARD, Søren. Migalhas Filosóficas ou um bocadinho de filosofia de João Clímacus. Tradução: Ernani Reichmann e Álvaro Valls. Petrópolis: Vozes, 1995.
KIERKEGAARD, Søren. Ponto de vista explicativo da minha obra como escritor.Tradução: João Gama. Lisboa: Edições 70, 1986.
KIERKEGAARD, Søren. Pós-escritos às Migalhas Filosóficas, vol. 1. Tradução: Álvaro Valls. Petrópolis: Vozes, 2013.
MARX, Karl. Crítica da filosofia do direito de Hegel. Tradução: Rubens Enderle e Leonardo de Deus. São Paulo: Boitempo, 2005.
Ricardo Musse é professor no departamento de sociologia da Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas (FFLCH) da Universidade de São Paulo. Doutor em filosofia pela USP (1998) e mestre em filosofia pela Universidade Federal do Rio Grande do Sul (1992). Atualmente, integra o Laboratório de Estudos Marxistas da USP (LEMARX-USP) e colabora para a revista Margem Esquerda: ensaios marxistas, publicação da Boitempo Editorial. 

Do derrubamento de Mossadegh à ofensiva contra a Síria

Por Miguel Urbano Rodrigues


Recordar os acontecimentos do Irão há 60 anos ajuda a compreender a atual estratégia dos EUA para o Médio Oriente. O discurso em que Obama anunciou que decidira bombardear a Síria inseriu-se numa política de dominação universal concebida no final da II Guerra Mundial.



Inseguro quanto à atitude do Congresso e ciente de que a maioria do seu povo condenava um ataque militar à Síria, o presidente recuou. Mas seria uma ingenuidade acreditar numa viragem da estratégia agressiva dos EUA para a Região. Nesta, o derrubamento do governo de Bashar al Assad é somente uma etapa do projeto que tem por alvo numa segunda fase o Irão, o grande país muçulmano que não se submete ao imperialismo norte-americano.

É útil lembrar que foi ainda em vida de Roosevelt que um grupo de sábios da Casa Branca e do Pentágono elaborou o War and Peace Program, ambicioso plano que visava a longo prazo estabelecer o domínio perpétuo dos EUA sobre a Humanidade, a partir da convicção de que a desagregação do Império Britânico estava iminente e era irreversível.

Ainda não fora criado o estado de Israel, mas a substituição da hegemonia da Grã-Bretanha no Médio Oriente figurava entre as prioridades desse Programa entre cujas metas se incluía o esfacelamento da União Soviética.

O êxito em 1953 do golpe de Estado que derrubou o governo progressista de Mohammad Mossadegh (1882-1967) e permitiu a recolonização do Irão contribuiu para acelerar a penetração política, económica e militar dos EUA no Médio Oriente.

Antecedentes 
Desde meados do século XIX, a Inglaterra e o Império russo, no contexto da sua confrontação no Afeganistão, desenvolveram um esforço permanente para colocar o Irão (ao tempo Pérsia) sob a sua «proteção».

Após a Revolução Russa de Outubro de 1917 a situação mudou e as pretensões britânicas esbarraram com a firme oposição da União Soviética.

No final da I Guerra Mundial, a monarquia persa agonizava. Um general, Reza Khan, tornou-se primeiro-ministro em 1921 e tentou modernizar o país. Mas, ambicioso, usou a sua popularidade para promover um golpe de Estado. Derrubou o soberano Ahmed Qajar e proclamou-se Xá, isto é, imperador.

Entre as personalidades que se opuseram ao novo regime ditatorial destacou-se um jovem que já desempenhara importantes funções públicas: Mohammad Mossadegh.

Filho de um ministro da monarquia e de uma princesa Qajar, Mossadegh estudara Ciências Sociais em França e posteriormente doutorara-se em Direito na Suíça.

Desde a juventude chamou a atenção pela sua honestidade. Ganhou a alcunha de «incorruptível», como Robespierre. Mas, aristocrata pelo nascimento e educação, casou com uma princesa da última dinastia.

Reza Xá demitiu-o dos cargos que exercia e desterrou-o para Ahamadabad, sua cidade natal.

Nos anos que separaram as duas guerras, o petróleo adquirira uma importância enorme na economia mundial. E a Grã-Bretanha controlava as gigantescas jazidas de hidrocarbonetos do Irão através da Anglo Iranian Oil, um gigantesco polvo transnacional que atuava como monopólio na produção e extração.

Alegando simpatias do Xá pela Alemanha de Hitler, o governo britânico obrigou-o a abdicar em 1941, ocupou o país (com exceção da faixa Norte, fronteiriça da URSS) e colocou no trono o filho, Reza Pahlavi.

Mossadegh regressou então à política, primeiro como deputado, depois como ministro das Finanças e ministro dos Negócios Estrangeiros, e finalmente como primeiro-ministro.

A nacionalização do petróleo
Uma vaga de nacionalismo varria então o Irão. Mohammad Mossadegh foi o dirigente que soube encarnar as aspirações do seu povo, liderando a luta por uma independência real.

O Irão estava reduzido à condição de semi-colónia. Ousou o que parecia impossível: desafiou a Inglaterra imperial ao nacionalizar a Anglo Iranian, que era oficialmente propriedade do Almirantado Britânico.

Londres reagiu com sobranceria, apresentando queixa no Conselho de Segurança, mas o órgão executivo das Nações Unidas remeteu o caso para o Tribunal da Haia.

Mossadegh desenvolveu nesses meses uma atividade frenética em defesa da soberania iraniana. Esteve primeiro nos EUA e o seu discurso na ONU teve tamanha repercussão que a revista conservadora Time Magazine o nomeou Homem do Ano em 1951. Viajou depois para a Holanda e pronunciou um discurso histórico no Tribunal de Haia. A sua intervenção foi decisiva para o veredicto daquela alta corte de justiça. O tribunal concluiu que não tinha competência para julgar a denúncia da Grã-Bretanha.

De regresso a Teerão, Mossadegh fechou os consulados britânicos, expulsou todos os técnicos ingleses e rompeu as relações diplomáticas com o governo de Londres.


Restituíra ao Irão a dignidade perdida há séculos e o povo identificou nele um herói.




O golpe
O governo britânico, apoiado pelo norte-americano Truman, decidiu recorrer a métodos drásticos para afastar Mossadegh do poder. Intrigando junto do Xá, criou um conflito entre o monarca e o primeiro-ministro. Mossadegh foi demitido em julho de 1952, mas essa decisão provocou tamanha indignação popular, com manifestações de protesto nas ruas, que o Xá o nomeou novamente primeiro-ministro.

Fortalecido pelo apoio popular, pediu poderes especiais ao Parlamento para levar adiante 80 projetos de lei que beneficiariam as massas, esmagadas pelas engrenagens de uma sociedade arcaica.

Obteve-os. Mossadegh introduziu nos meses seguintes reformas revolucionárias que envolveram as finanças, o orçamento, a saúde pública, a justiça, as pescas, a habitação, a previdência social, as comunicações, as forças armadas. Reformas nunca imaginadas numa sociedade islâmica marcada por heranças feudais.

Os acontecimentos precipitaram-se. O governo de Churchill comprou dezenas de deputados para sabotar a política de Mossadegh. Este reagiu convocando um referendo no início de agosto de 1953 para dissolver o Parlamento. O povo iraniano votou a dissolução por ampla maioria.

A conspiração, entretanto, estava já muito avançada. No dia 15 houve uma tentativa de golpe de Estado promovida pelo Parlamento.

Fracassou e o Xá fugiu para Roma.

Mas a CIA, que contava com todo o apoio do governo britânico, que pedira a colaboração de Truman, montara quase simultaneamente o seu golpe com colaboração do exército. Foi precedido de manifestações de rua com a participação de agentes provocadores e de ações de vandalismo no contexto de uma campanha de calúnias contra Mossadegh.

E esse segundo golpe teve êxito. Preso, Mossadegh foi julgado sumariamente por um tribunal militar que o condenou a três anos de prisão e, posteriormente, a residência fixa na sua província.

O Xá regressou de Roma, e em tempo mínimo, as leis progressistas de Mossadegh foram revogadas. O grande beneficiário da mudança foi, porém, o imperialismo norte-americano. As grandes petrolíferas dos Estados Unidos, já então fortemente implantadas na Arábia Saudita e no Iraque, cobiçavam os hidrocarbonetos iranianos. E abocanharam uma grande fatia à custa da Anglo Iranian que reapareceu com o nome de British Petroleum.

Um nacionalista revolucionário
A Revolução iraniana de 1979 foi o desfecho da longa e cruel ditadura que, sob a liderança nominal do Xá Reza Pahlavi, se implantou no país após o golpe de 1953.

Recolonizado, o Irão foi o melhor e mais dócil aliado dos EUA no Médio Oriente. Durante um quarto de século, os gigantes transnacionais do petróleo foram no país o poder real.

O Ayatollah Komeiny não teria obtido o amplo apoio popular que lhe permitiu impor a sua República Islâmica xiita se o povo não sentisse uma repulsa tão forte pela arrogância imperial dos EUA e se não estivesse maduro para se rebelar contra o monstruoso regime policial do Xá.

A memória do breve governo revolucionário de Mossadegh permanece viva e funciona como um estimulante no confronto dos atuais governantes com Washington. Obama não esconde que os EUA não aceitam um Irão insubmisso.

Mas a ofensiva de desinformação estado-unidense que continua a apresentar Mossadegh como um defensor do socialismo deforma a realidade. Ele foi um patriota que amou profundamente o seu povo e tinha um grande orgulho pela contribuição civilizacional para a Humanidade dos Aqueménidas e Sassânidas persas e do século de ouro dos Safévidas. Mas, apesar de anti-imperialista irredutível, não contestava o sistema capitalista.

O persa Mohammad Mossadegh foi um humanista. Herdeiro de grandes latifúndios, distribuiu as suas terras pelos camponeses que as trabalhavam. E como primeiro-ministro ofereceu o seu vencimento a estudantes pobres de Direito.

Hoje é venerado como um herói pelo seu povo.

O Irão desconhecido
Contrariamente ao que pensam muitos portugueses, intoxicados por um sistema mediático perverso, o Irão não é um país subdesenvolvido.

Com uma superfície de 1 648 000 km2 (o triplo da França) tem uma população de 79 milhões de habitantes.

Herdeiro de grandes civilizações, o seu povo é o mais culto e educado do Islão, sendo muito baixa a percentagem de analfabetos.

Sociedade multinacional – somente 52% dos habitantes são persas – o idioma oficial, o farsi, é falado por toda a população. Foi durante séculos a língua da corte otomana e dos imperadores Mogóis da Índia.

O sector avançado da indústria é comparável ao de países como o Brasil e o México. Produz quase meio milhão de automóveis por ano, a maioria de marcas nacionais.

É o quarto produtor de petróleo do mundo e possui as maiores reservas de gás natural. Auto-suficiente na produção de cereais, conta com rebanhos bovino e ovino de muitas dezenas de milhões de cabeças.

Tive a oportunidade numa viagem de carro pelo planalto iraniano de passar em frente das instalações nucleares de Natanz. Soube ali que estão protegidas por mísseis sofisticados, de produção nacional, capazes de atingir Israel.

Os generais do Pentágono admitem que bombas convencionais serão provavelmente ineficazes se utilizadas contra os bunkers subterrâneos de Natanz.