Coordinado por
Entrevista a Manuel Cabieses
y una selección de la revista Punto Final
2013 | Colección Contexto Latinoamericano |
En septiembre se lanzará en Chile el libro «La conspiración contra Allende. Cómo derrocar a un gobierno de izquierda», que contiene una selección de artículos publicados en Punto Final en 1973 y una entrevista a su director, Manuel Cabieses.
LEGADO ALLENDISTA PARA EL SIGLO XXI
Roberto Regalado, politólogo y profesor del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos, de la Universidad de La Habana, dice que “el ‘cuartelazo’ del 11 de septiembre de 1973 fue parte de un largo proceso que incluyó la desestabilización política, económica y social iniciada desde el momento mismo del triunfo de la Unidad Popular, en noviembre de 1970”.
¿Por qué es importante que las jóvenes generaciones lean, y las viejas generaciones relean, textos como La conspiración contra Allende?
“Para que las primeras aprendan, y las segundas recuerden, que las recurrentes campañas contra los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros países en modo alguno son autóctonos u originales, sino caricaturas de una vieja estrategia de dominación y de un pasado que pugna por regresar. Quienes crean que los horrores de dictaduras como la de Pinochet fueron sepultados por un irreversible ‘cambio de época’, deben poner más atención a lo que ha venido sucediendo en los últimos años en Palestina, Afganistán, Iraq, Libia y Siria -que amenaza con extenderse hacia Irán-, y preguntarse si es que ello no podría suceder aquí…
Dos tipos de experiencias se derivan del gobierno de la Unidad Popular: uno es la campaña desestabilizadora que creó las condiciones para el golpe de Estado que derrocó al presidente Allende -e impuso en Chile el prototipo universal de Estado neoliberal-; otro es la encarnación práctica que entre 1970 y 1973 tuvo el pensamiento de Salvador Allende, cuyo legado desde entonces se conoce como allendismo, tanto en Chile como en el resto del mundo”.
¿El allendismo implica un modo de hacer política de Izquierda en el siglo XXI distinto de la lucha armada proclamada en el siglo XX?
“Hoy se abren en América Latina las grandes alamedas que permiten retomar el legado allendista en la lucha por construir una sociedad poscapitalista, socialista, mediante la acumulación de cuotas de poder político, económico y social, realizada desde el ejercicio del gobierno al cual la Izquierda accede mediante la lucha político-electoral. Renovada vigencia adquiere el allendismo en tanto proyecto que, sin violentar la institucionalidad democrática burguesa, construye una nueva institucionalidad de signo popular, en forma pacífica, legal, escalonada; defiende la soberanía, la autodeterminación y la independencia; recupera el patrimonio nacional; y fortalece la propiedad y el control social de la economía del país”.
“TODO VALE EN CHILE. PATÉENLOS EN EL CULO. ¿OK?”
En el capítulo introductorio de La conspiración contra Allende, el autor presenta una prueba irrefutable de cómo la intervención de Estados Unidos para derrocar a los gobiernos que no corresponden a sus intereses no son un mito ni una exageración propagandística, sino una cruda y vergonzosa realidad. Los párrafos siguientes corresponden a ese capítulo:
“Por la mañana del 5 de octubre de 1971, conversan en el despacho Oval de la Casa Blanca, Richard Nixon (presidente), H. R. Haldeman (jefe de Gabinete), John Connally (secretario del Tesoro) y Henry Kissinger (consejero de Seguridad Nacional). El tema, la decisión del presidente chileno Salvador Allende y del gobierno de la Unidad Popular (UP) de aplicar un impuesto al exceso de ganancias de las compañías mineras Anaconda y Kennecott y no pagar compensaciones por nacionalizar sus minas. Esta y otras conversaciones se han podido conocer gracias a la desclasificación de las cintas en torno al caso Watergate, que provocaron la renuncia del presidente Nixon. El sistema de grabación de Nixon comenzó en la Oficina Oval el 16 de febrero de 1971 y terminó el 18 de julio de 1973, funcionando durante 883 días. Todo cuanto se decía en el despacho Oval fue grabado secretamente y coincidió con el 85 por ciento del periodo de gobierno de Allende. Esas cintas hoy están disponibles en el sitio web nixontapes.org que edita Luke A. Nichter, Ph.D., profesor asociado de historia en la Universidad A & M de Texas - Texas Central. El profesor Nichter es experto en las cintas de Nixon como resultado de sus esfuerzos para digitalizar cerca de 4.000 horas de aquellas grabaciones que ha puesto en el mencionado sitio a disposición de los cibernautas como un servicio público.-He decidido remover a Allende -dice Nixon a Kissinger aquella mañana.-El presidente de Chile nos ha arrojado el guante. Ahora nos corresponde un movimiento a nosotros. Lo único que usted puede esperar es derrocarlo -agrega Connally-. Y así podrá probar que está cuidando los intereses de Estados Unidos.-Allende es un tipo al que podemos golpear. Entréguenme un plan -urge Nixon a sus asesores-. Jugaremos muy duro con él. -Todo vale en Chile. Patéenlos en el culo. ¿Ok? -ordena a Kissinger hacia el final de la reunión, dando por terminado el tema sobre Chile y Allende. En buen chileno, el sentido de la expresión gringa Kick ‘em in the assequivale a proferir: ¡Sáquenles la cresta!, ¡Háganlos mierda! o, más claro aún: ¡Vuélenles la raja! En lenguaje de comic televisivo: ¡Acábenlos!-De acuerdo -responde Kissinger”.
CABIESES: “ERA UN PÁJARO TRISTE EN MEDIO DE ESE JOLGORIO…”
A continuación parte de la entrevista a Manuel Cabieses en el libro La conspiración contra Allende:
“Estamos a punto de iniciar esta entrevista cuando Cabieses con su brazo izquierdo abre un cajón y me muestra un ejemplar del número 192 de PF, el que alcanzó a salir a los quioscos el martes 11 de septiembre de 1973 con el titular: Soldado, la patria es la clase trabajadora. ‘Este fue el último número, yo lo vi en los quioscos’, dice.
Cuéntame como fueron esos momentos… ¿Dónde estabas tú? ¿Venías a la revista? ¿Te ibas a esconder? ¿Ibas a pelear?
“Yo vivía cerca de Bilbao, en un apartamento con mi familia. Ese día salí como todos los días a trabajar al diario Ultima Hora, que era un vespertino, por lo tanto se trabajaba en las mañanas temprano. Naturalmente, ya iba con la información que la radio estaba transmitiendo. Sobre todo se hablaba del levantamiento de la Marina en Valparaíso. No había una información global o precisa. Había indicativos de un movimiento militar. A esa hora de la mañana uno podía suponer, falto de información detallada, que podía ser un nuevo intento como el ‘tancazo’ de junio. Como te decía, iba rumbo a Ultima Hora donde, además, era presidente del sindicato. Hacía el trayecto en locomoción colectiva. En esa época no había Metro ni yo tenía auto. En el trayecto vi un quiosco abierto y, como siempre me he preocupado de ver que la revista estuviera en los quioscos, miré y la ví. Allí estaba.
Yo me bajaba en la Biblioteca Nacional y caminaba unas cuadras hasta el diario. Lo único extraordinario en el trayecto fue ver a un carabinero con su revólver en la mano, muy apurado; eso sería como a las ocho y media. No vi desplazamiento de fuerzas militares. Y llegué al diario donde fueron llegando todos. Y bueno, comenzamos a trabajar y a escuchar la radio -por entonces no estaba generalizada la TV-. Escuchamos en las radios amigas el primer mensaje de Allende, y comenzamos a llamar por teléfono, a tomar contactos. Era un caos desde el punto de vista informativo. Ninguna fuente al alcance tenía una información dura, completa. No estábamos conectados con el presidente Allende, seguramente nos comunicamos con José Tohá, quien fue director del diario, y seguramente con otras personas vinculadas al diario, que en ese tiempo ya era del Partido Socialista. Y empezamos a organizar el trabajo.
Todavía no despertábamos a la realidad y suponíamos que íbamos a sacar una edición extraordinaria, lo más rápido posible, llamando a defender al gobierno. Esa era la línea editorial ese día y nos pusimos manos a la obra con esa perspectiva. El diario salía normalmente a las tres de la tarde. Se trataba de sacar lo más pronto posible una edición con lo esencial de lo que estaba ocurriendo. Y, sobre todo, llamando a la gente a defender al gobierno.
Todo esto se desmoronó a las once de la mañana, cuando supimos que la imprenta había sido ocupada por Carabineros, es decir no había imprenta. Luego, viene el ataque a La Moneda; primero el ataque por tierra, la rodean carros blindados hay disparos y luego el bombardeo, como a mediodía.
En el tercer piso del diario había una terraza. Presenciamos el bombardeo aéreo de La Moneda desde esa terraza. Desde esa altura vimos el bombardeo que para mí -y pienso que a muchos chilenos les ocurrió lo mismo-, fue la evidencia del golpe. Por nuestra formación cultural cívica era inimaginable un bombardeo a La Moneda. Y eso se correspondía, pienso, con una especie de estado de ánimo de no saber qué hacer en ese momento. Como era presidente del sindicato, me arrogué ciertas facultades. Me di cuenta que lo que había que hacer era que cada uno se fuera para su casa, ya no había posibilidad de sacar el diario, el golpe había llegado al nivel del bombardeo, habíamos escuchado el mensaje de Allende, el último mensaje que era inequívocamente la despedida de un hombre que va hacer lo que hizo. Era evidente su propósito, además había manifestado muchas veces su decisión de morir si era necesario en defensa de su cargo, de la Constitución, las leyes y de todo en lo que Allende creía y defendía.
De manera que nos fuimos. Yo era militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y teníamos la orientación de contar con un lugar seguro para caso de emergencia, una ‘casa de seguridad’. Además, se habían establecido sistemas de emergencia con las instancias superiores del MIR. Tenía una vaga idea de que se iba a resistir, pero sin saber cómo ni con qué. Como se pudo comprobar, no estábamos preparados para el golpe.
Los exiliados brasileños y argentinos nos habían advertido de esta debilidad de la Izquierda chilena. No teníamos idea de lo que era un golpe, no lo habíamos vivido. Teníamos una visión digamos, romántica, y una sobreestimación de nuestras capacidades para resistir un golpe. Pero no teníamos la más remota idea de lo brutal que podía ser.
A lo que voy, quizás para disculparme: no me había preparado, sabía que tenía que tener un refugio, pero no me había preocupado de tenerlo. Sabíamos que venía el golpe, pero no sabíamos cuándo, cómo… ni qué era un golpe militar. El golpe fue un martes y el domingo anterior, con mi mujer, Flora, y un compañero cubano (Héctor Sánchez) -que era el responsable del trabajo con el MIR-, fuimos al cine Las Lilas. El ambiente en Santiago era de cortarlo con cuchillo. Pasaron un noticiero de Chile Films, salía Allende y era una pifiadera total. Ese era el ambiente, y con este amigo cubano -bien informado, pues la embajada tenía buena información-, por supuesto hablamos del golpe, pero jamás pensamos que estábamos a menos de 48 horas del mismo. Te cuento esta anécdota porque refleja el estado de empelotamiento generalizado que había respecto a la conspiración.
De alguna manera llegué a mi casa, el 11; estaba solo. Mi mujer, enfermera, trabajaba en un consultorio en la calle Maruri. Mis hijos estaban en el liceo. De tal manera que estaba solo y pensando qué cresta hacer, para dónde ir. Y bueno, en ese momento me tiró un salvavidas un cuñado, Hugo Martínez, que es un hombre de derecha pero muy noble. Me llamó para que me fuera a su casa, y para su casa me fui. El vivía cerca de Tomás Moro, donde quedaba la residencia de Allende que también bombardearon.
Desde donde yo vivía, había unas veinticinco cuadras hasta la casa de mi cuñado. Era una zona de pequeña burguesía alta y media. Me fui caminando, no tenía otra forma. Y pude ser testigo de algo que me marcó para toda la vida. Ví la alegría que reinaba en ese sector de la ciudad, la gente en los jardines de las casas, las radios a todo volumen transmitiendo los bandos de la Junta y música militar. Era el alborozo. Era la ‘patria liberada’. La gente salía a la calle brindando con champaña, en algunas casas hacían asados, reapareció la carne a pesar del desabastecimiento terrible que había en aquel tiempo. Se abrazaban y gritaban eufóricos. Yo me sentí como un pájaro raro. Un pájaro triste en medio de ese jolgorio, de esa alegría desbordante: ‘¡Por fin cayó Allende! ¡Vivan los militares! ¡Vivan las Fuerzas Armadas!’. Música de baile de trasfondo.
Fue muy impresionante hacer ese recorrido hasta la casa de mi cuñado. Allí estuve un par de días, porque tomé contacto con el MIR, con Pepe Carrasco, que era mi encargado, y con él acordamos encontrarnos en algún lugar, porque me iba a llevar a una casa de seguridad. Mi mujer estuvo dos días en el consultorio de Maruri donde habían preparado un hospital de campaña para recibir heridos. Mis hijos se habían ido a la casa de su tía Eliana. Pero no nos habíamos comunicado. No sabíamos qué pasaba con nosotros. A Flora, mi mujer, sólo cuando estuvo en casa de su hermana mi cuñado le llevó noticias mías y mi anillo de matrimonio. Le pedí que se lo entregara como recuerdo, por si me pasaba algo’.
La entrevista continúa a lo largo de 30 páginas en las que el fundador y director de Punto Final narra su paso por diversos campos de prisioneros, hasta que ‘…desde Chacabuco, meses después, a mí y a otros compañeros nos trasladaron a otro campo en Puchuncaví, cerca de Valparaíso, en lo que había sido un campamento de vacaciones para trabajadores. Desde Puchuncaví me trasladaron a Cuatro Alamos, en Santiago, y un día me pusieron en un avión donde me encontré con mi mujer y mis tres hijos, me expulsaban del país. Llegamos a Perú y de ahí seguimos a Cuba, donde estuve hasta 1979 en que, junto con Flora regresamos clandestinamente a Chile hasta el fin de la dictadura’. También Cabieses habla de la historia dePunto Final, de cómo se fue haciendo y delineando desde los años 60. ‘Era la polémica entre la vía pacifica versus la vía armada. En ese escenario, surge Punto Final, casado con esa posición, la que representaba la Revolución Cubana, sobre todo la posición del Che’”.
Pedro Fernández
En La Habana
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